9 de enero de 2011

El Bautismo de Jesus


Cerca del río Jordán caminaba el pequeño Baruc con sus padres. Su madre le dijo: El agua es un gran bendición porque es fuente de vida. El niño se quitó las sandalias, metió sus pies en el agua y comentó: El agua también refresca y descansa. Baruc observó también que unas mujeres bañaban a sus hijos y lavaban su ropa en el mismo río. Su madre le comentó; el agua también puede significar limpieza y purificación. El niño hizo una pregunta ingenua: ¿Cuándo se lava la ropa o se baña la gente, dónde quedan su suciedad y sus manchas?. Su papá le dijo: El río las absorbe. Los padres y el niño continuaron su camino por la orilla del río, y a mitad de la jornada encontraron a una multitud que escuchaba la predicación de un hombre llamado Juan. Él les decía: Hay cosas que ensucian sus ropajes, pero hay otras que ensucian su espíritu. A veces no queremos verlas, pero Dios conoce nuestra inmundicia y se lamenta de que no hagamos nada por recuperar la pureza. Intrigado, el niño le preguntó a Juan: ¿Con qué manchas se ensucia nuestro espíritu?. Él le contestó: El espíritu se ensucia con todo aquello que ofende a Dios y a nuestro prójimo. Con el pecado. El niño continuó: ¿Y qué puedo hacer para purificar mi espíritu?. Juan aprovechó la pregunta de Baruc y se dirigió a todos: Sólo con arrepentimiento puede sanar el corazón y purificarse el espíritu. Por eso, los invito a que entren en el río como señal de que desean purificarse. Emocionado, Baruc comenzó a gritar: Hagámosle caso a Juan. El agua es vida, descanso y limpieza. Si nos arrepentimos y dejamos en el río nuestra inmundicia, el río nos dará el perdón. Entonces, Juan lo interrumpió y aclaró: No pequeño. Estas aguas pueden limpiar nuestro cuerpo o nuestra ropa, pero no tienen poder para purificar el espíritu. Sólo Dios puede purificarnos y darnos la fuerza para ser mejores. Juan le anunció: Enviará a su Hijo Jesucristo. Él se hará hombre, se hará solidario con toda la humanidad y la purificará del pecado. Así como el río toma toda mancha y la purifica, así el Salvador entrará a las aguas del río Jordán para, simbólicamente, tomar sobre sí los pecados de todo el mundo. Después los purificará con su muerte. Mientras Juan y Baruc conversaban, se acercó Jesús al río. Juan se llenó del Espíritu Santo, señaló a Jesús con el dedo y exclamó: Este es el Cordero de Dios, el Mesías que viene a purificar el pecado del mundo. Jesús se metió en el río y Juan lo bañó con sus aguas. En ese momento, Jesús recibió el poder del Espíritu Santo que le permitiría predicar, hacer milagros y cargar sobre sí los pecados de la humanidad. Baruc y sus padres continuaron su camino hacia Egipto, donde permanecieron tres años. Cuando regresaron a Jerusalén, se encontraron con una procesión. El hombre que, tres años atrás, había tomado sobre sí los pecados de la humanidad, cargaba ahora con el pecado de la traición y la negación de sus discípulos, el pecado del poder injusto de Herodes y Pilato, el pecado de violencia de los soldados que lo azotaban y escupían. El niño vio a Jesús cargando el peso de la maldad humana en una pesada cruz que lo hizo caer en tres ocasiones. Cuando el condenado llegó hasta el lugar de su crucifixión, Baruc se acercó a los pies de la cruz, y ahí escuchó sus últimas palabras: ¡Todo está cumplido! ¡En tus manos encomiendo mi espíritu!. Entonces comprendió que Jesús había cumplido con la misión de cargar y purificar los pecados de la humanidad. Tres días después, la familia de Baruc escuchó una noticia maravillosa: el Crucificado había resucitado. Cincuenta días después, cuando el niño y sus padres se alejaban de Jerusalén, vieron a los discípulos de Jesús, quienes, llenos de entusiasmo, predicaban e invitaban a un nuevo Bautismo. Decían: El bautismo de Juan invitaba al arrepentimiento. El nuevo Bautismo nos une a Jesucristo, perdona los pecados, nos convertiría en hijos de Dios y templos del Espíritu Santo. Baruc corrió hacia los apóstoles y les pidió que lo bautizaran. Pedro lo recibió en el río y, derramando agua sobre su cabeza, le dijo: Te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Mientras el niño sentía correr el agua sobre su cuerpo, dijo: El agua vida, salud, limpieza y descanso, pero por el Bautismo es también perdón y anuncio de la vida eterna. Baruc comprendió que Cristo había tomado la actitud del río: llevar sobre sí las manchas, para purificarlas. Baruc había nacido ocho años atrás, pero el día de su Bautismo volvió a nacer: nació a la Vida Eterna.

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